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Perder su vida para ganarla, la Biblia dice que el que pierda su vida la ganará. Hay que morir para vivir, hay que perderlo todo para entonces recibirlo todo. Eso es lo que Cristo hizo.
¿Cuánto debemos pagar por el logro de un ideal? ¿Hasta qué punto nuestros sueños pueden hacerse realidad sin que implique un alto costo? Hace algún tiempo leía una entrevista que le hacían a un recién retirado tenista top. “¿Qué es lo que quiere hacer de ahora en adelante?”, fue una de las preguntas, a la que respondió: “Viajar por el mundo”. La respuesta sorprendió al periodista que conocía de los largos viajes a los que este tipo de deportes somete a los que lo practican, por lo que repreguntó: “¿Cómo es posible que una persona que desde muy joven se le ha visto subir y bajar de aviones, ahora desee seguir viajando?”. El tenista, sin imutarse, dijo: “En realidad viajé mucho pero no conocí nada. La rutina deportiva, las continuas prácticas, los torneos, las concentraciones y todo lo demás, nunca me dejaron siquiera estar atento a otra cosa que no sea la raqueta y la pelota”. La verdad es que el tenista había muerto a todo para que el tenis pueda vivir en plenitud.
Todos nosotros tenemos semillas de vida que pueden germinar solo cuando se enfrentan a la posibilidad de ser enterradas, para que en el proceso de muerte y descomposición la semilla se convierta en una multiplicación de vida. Aunque suene extraño, esta parábola encierra un gran principio universal. Por ejemplo, hay hombres que decidieron enterrar su mente entre los libros durante muchos años para luego cosechar una multitud de éxitos académicos. Otros enterraron su cuerpo en gimnasios y en ejercicios agotadores para poder cosechar una medalla o un record olímpico.
Sin embargo, la gran mayoría de hombres y mujeres no se atreven a enfrentarse al desafío de alcanzar un sueño o un ideal porque no están dispuestos a jugarse el todo por el todo. Se conforman con guardar las semillas en un frasco e imaginar lo “lindo” que sería el fruto. Son como el niño que ingenuamente no come su helado para que le dure para siempre. Lo lamentable es que, inexorablemente, el helado se le escurrirá entre los dedos sin poder detenerlo. Así también, a muchos de nosotros se nos están escapando las oportunidades porque no tenemos la pasión y el coraje suficiente para involucrarnos en algo que nos pueda costar la vida.